por Sergio González
El 28 de junio de 1969, se constituyó en un hito para el colectivo LGBTIQ+ a nivel mundial. Los hechos producidos en clave de revuelta aquella noche en el StoneWall Inn de New York, que tuvieron como protagonistas a integrantes del colectivo resistiendo frente a la policía, sentaron las bases para la conformación de un nuevo movimiento político y social. Años más tarde comenzaría a estructurarse el movimiento de liberación de las disidencias sexuales.
Es necesario reconocer que, previo a StoneWall, ya existían en Estados Unidos antecedentes de otros eventos que significaron la puesta en el espacio público de la disconformidad por parte de las personas LGBTIQ+ frente a las normas hegemónicas del género y la sexualidad. Estos hechos pueden consultarse en el trabajo de Susan Stryker, “Historia de lo trans: las raíces de la revolución de hoy”, publicado en 2017.
No es la intensión realizar un desarrollo histórico acerca del colectivo LGBTIQ+ en tanto actor político, ni tampoco reconstruir en algunas líneas las diversas prácticas que el Estado y sus instituciones desplegaron para la normalización y sanción de nuestros cuerpos e identidades. En estas líneas planteo algunos puntos para reflexionar sobre la pregunta/ título del artículo.
¿Orgullo de qué?
El pasado 25 de junio en San Juan, las organizaciones: Mumala (Mujeres de la Matria Latinoamericana, Movimiento), Movimiento Libres del Sur, Libres y Diverses San Juan entre otras, convocaron a una marcha para conmemorar el Día del Orgullo LGBTIQ+ en la provincia. Haciendo un recorrido por Facebook, una nota del diario digital Diario Móvil señala algunos puntos sobre dicho evento. Los comentarios de la publicación casi llegan a 400, motivo por el cual ingreso a revisar los mismos y me encuentro en diferentes oportunidades con la pregunta en cuestión: ¿orgullo de qué?
No es casual que frente a un acto de visibilidad vinculado a las disidencias sexuales, se estructure una respuesta articulada con los discursos de los activismos heteropatriarcales. Los mismos persiguen objetivos claros, entre los cuales se ubica la oposición al reconocimiento de los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales.
La progresiva visibilidad que el colectivo LGBTIQ+ ha construido es el resultado de luchas históricas y una creciente demanda por el reconocimiento de derechos. Estos procesos se han llevado a cabo en un escenario caracterizado por un régimen de invisibilidad, donde se establecieron normas y reglas sobre quienes podían acceder y expresarse en el espacio de lo público, qué practicas podían tener lugar y qué modos de relación eran los permitidos.
Algunos autores, entre ellos Ernesto Meccia y Mario Pecheny, han hecho referencia a como las personas disidentes sexuales se han visto obligadas al disimulo, como estrategia de defensa ante el agravio de la sociedad. En este ejercicio, nuestro cuerpo ha tenido que ser desarticulado para evitar cualquier marca que invitara a la sospecha. Incluso podríamos señalar la existencia de un aparente pacto en el cual hemos negociado la tolerancia social a cambio de discreción e invisibilidad.
Frente a estas tensiones entre lo público y lo privado, el secreto y la reivindicación de nuestras existencias, así como la invisibilidad y el reconocimiento, la visibilidad se ha establecido como objetivo claro de la política queer, como lo señala Judith Butler. Si el espacio de lo público ha sido abordado como una frontera material y simbólica, llevar a este terreno las demandas del colectivo a través de la acción política ha suscitado el desarrollo de estrategias acordes a las determinaciones sociales, políticas y culturales de cada momento histórico. Por ejemplo, podríamos pensar en organizaciones como Nuestro Mundo, que desde 1967 llamó a la reflexión al interior de lo mismos grupos homosexuales y desarrolló acciones en la clandestinidad debido a la violencia estatal de la época, para pasar luego a las organizaciones como la Comunidad Homosexualidad Argentina que en 1984 instaló demandas en el espacio de lo público y en diferentes medios masivos de comunicación, inscripta en un creciente movimiento político por los derechos humanos en la posdictadura.
Que los activismos heteropatriarcales continúen preguntándose de que estamos orgullosos, no es una situación sobre la que mantener una posición pasiva. Es necesario señalar que nuestro orgullo ha sido una herramienta para convertir una trayectoria de marginación y silencio en reconocimiento y visibilidad. Es una forma de comunicar que ante las reglas hegemónicas que rigen el género y la sexualidad, hemos encontrado un camino de subversión que nos ha permitido demostrar que otras experiencias sexuales, afectivas y de reconocimiento social son posibles.
Orgullo es poder señalar que en San Juan, un territorio que se asume en diferentes ámbitos como conservador, el activismo LGBTIQ+ se ha instalado hace ya más de diez años. En esta trayectoria la implementación de políticas de visibilidad como la Marcha del Orgullo y la Semana de la Diversidad, han contribuido a la inscripción de nuestras existencias en el terreno de lo público. Además, esta presencia significa establecer un reclamo por condiciones que nos aseguren la posibilidad de vivir vidas más vivibles. Para ello, es necesario continuar demandando la plena implementación de la educación sexual en todo el sistema educativo, el acceso al sistema de salud y el cumplimiento de la Ley de Identidad de género en todos sus artículos, el diseño de políticas públicas integrales que garanticen el acceso al empleo, entre otros reclamos históricos.