Por Natalia Silva y Lidia Furlani
En una Asamblea General de Naciones Unidas del año 2007 se definió que el 15 de octubre sería el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Dicen que el propósito fue “mejorar la situación de la mujer en las zonas rurales”. Celebramos parcialmente este reconocimiento ya que es insuficiente, más aún, está vacío, acartonado.
Para las mujeres que resisten en el campo, vivir bien resulta especialmente difícil en un territorio empobrecido por la ausencia de políticas públicas, donde las desigualdades de género se agudizan por estados que no garantizan derechos. Darle una (o varias) vuelta(s) de tuerca a los designios internacionales que marcan agenda, en el intento de acaparar las luchas feministas, pareciera la encrucijada en la que tenemos que entrenarnos a diario. Esto lleva a cuestionarnos: ¿cómo procesamos el enlatado de organismos extranjeros que mandan consultores a definir en informes nuestras realidades?; ¿quiénes habilitan las voces y demandas de las mujeres rurales?